En medio de una encrucijada crucial, la Democracia Cristiana chilena se encuentra ante una decisión trascendental que podría definir su futuro: respaldar una candidatura presidencial comunista. Este movimiento va más allá de consideraciones electorales; representa un cambio doctrinario significativo. Desde su fundación en 1957, la DC ha sido conocida como la "tercera vía" entre el liberalismo individualista y el colectivismo marxista, basada en la Doctrina Social de la Iglesia y en la importancia de la persona humana.
Los defensores de esta nueva dirección argumentan que las circunstancias políticas actuales requieren alianzas inesperadas. Sin embargo, la historia nos enseña a ser cautos. La Democracia Cristiana italiana experimentó esto en los años 70 al intentar un "compromiso histórico" con los comunistas para garantizar gobernabilidad, pero este movimiento resultó en la pérdida de cohesión interna y legitimidad, culminando en su colapso junto a escándalos de corrupción. Por otro lado, la CDU alemana ha mantenido un "cordón sanitario" contra los extremos políticos, fortaleciendo su identidad como partido centrista amplio.
El dilema actual de la Democracia Cristiana chilena refleja la crisis que enfrentan los partidos de centro en la actualidad. La búsqueda excesiva de pragmatismo puede llevar a partidos catch-all a perder su identidad distintiva y no ofrecer una plataforma estable a sus seguidores. En última instancia, el centro político se justifica al articular consensos sin comprometer sus principios normativos fundamentales.
Apoyar a un candidato comunista para presidente implicaría un quiebre sin precedentes en la historia del PDC, renunciando a una frontera identitaria que le ha permitido mantenerse como una alternativa entre dos extremos. En un contexto político fragmentado y polarizado, la supervivencia del centro implica adaptarse sin perder de vista sus principios fundamentales. La coherencia no es un capricho, sino el único capital simbólico que le queda a la DC para mantener su relevancia.
Traspasar la barrera doctrinaria que separa al humanismo cristiano del marxismo podría resultar en la pérdida de votantes moderados, divisiones internas en el partido y un distanciamiento de su red internacional. En última instancia, una coalición liderada por la izquierda radical no necesita al centro como mediador, sino simplemente como una herramienta electoral.
El centro no se rinde cuando conoce su identidad. Si olvida quién es, la historia se encargará de recordárselo.
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